
16 Jun El nuevo arsénico se llama WhatsApp
Las intoxicaciones no solo son producidas por elementos químicos. Las producidas por WhatsApp superan las del arsénico.
Si no se lo creen, pregunten a Google por las clínicas de desintoxicación por adicción al móvil. La reina está en China y, fundada por un psiquiatra coronel del Ejército Popular, aplica una disciplina militar para adolescentes.
No sorprende tampoco que la Real Academia Española haya aceptado el neologismo nomofobia para referirse al miedo a estar incomunicado sin celular. O que los investigadores ya hayan descrito un síndrome de abstinencia para este producto tecnológico parecido al de cualquier droga.
Los estudios dicen que un 80% de las personas confiesa que lo primero que hace al despertar es mirar el smartphone. Somos yonkis del móvil. Pero me preocupa especialmente las alteraciones en la salud y la vida y futuro de los adolescentes. Os cuento mi experiencia:
Suelo compartir mi tiempo con adolescentes en sesiones individuales y grupales de coaching. En ellas, abordamos infinitud de baches con los cuales una vida tan joven que se está formando tropieza. Pero el tema más recurrente y que me doy cuenta que les roba más aire es, sin duda, el WhatsApp.
Éste llegó hace tan solo 8 años y su implantación ha creado –salvando los aspectos beneficiosos de una herramienta de comunicación inmediata y gratuita- inocentes esclavos de esta aplicación. La usan 1.000 millones de personas.
Desgraciadamente trato con muchos jóvenes extremadamente dependientes de dicha app.
Como usuarios de smartphones se agobian cuando se quedan sin cobertura, se les agota la batería y no pueden wasapear.
¿Recordáis cuando este pasado 4 de mayo WhatsApp dejó de funcionar por la noche durante dos horas? ¿Quizás a algunos de vosotros se os pasó por alto? Pues una parte de los muchachos con los que tengo la oportunidad de trabajar me explicaron que sintieron angustia. Ya sé que no son síntomas gastrointestinales, alteraciones en las funciones cardiovascular y neurológica como las que conlleva una ingestión en altas cantidades de arsénico, pero la sensación de soledad, indefensión, aburrimiento, nerviosismo (…) se apoderó de ellos. Suficientemente triste, ¿no?
Los analfabetos relacionales, el colectivo de jóvenes más afectado
Estos jóvenes amanecen mirando el WhatsApp e incluso faltan a sus citas. En aquellos que tienen una agenda más pautada el riesgo se ve minimizado, pero no es rara avis ver como llegan tarde por entretenerse leyendo y contestando a sus contactos. Anteponen el hecho de dar respuesta inmediata a la puntualidad, indiscutible valor de la educación. La regla no escrita de contestar al momento un chat, les arde por dentro. La accesibilidad se convierte en dependencia, de ahí la adicción. Y la solemne toxicidad.
Matan el tiempo analizando las nuevas actualizaciones de perfil de su red virtual en lugar de hablar con alguien que está en el mismo espacio. De hecho, así lo ironizaba este meme que circuló durante la reciente caída de la famosa aplicación: “Con la caída de WhatsApp conocí gente maravillosa que viven en mi casa”.
Me doy cuenta que vivir tantísimas horas al día dentro de esa pantalla verde les inhabilita para muchas funciones, se acostumbran a mensajes online, más que a presenciales. Para ellos esta tecnología no es una herramienta para encontrarse con amigos sino un sentido más de su cuerpo para comunicarse.
Aquellos que no tienen tareas programadas pueden pasar sus días en la micropantalla sin aprovechar todas las experiencias que les brinda la vida. Y, no tener experiencias en la vida, -convendrán conmigo- supone no equivocarse y, por lo tanto, no evolucionar ni crecer. Además, son las relaciones con las personas de nuestro entorno las que facilitan el aprendizaje y la evolución del ser. Y es que no aprenden de sus vivencias porque simplemente no las tienen. Sus experiencias quedan relegadas a lo digital. Son: analfabetos relacionales.
La silenciosa enfermedad social
Este modo de vida de estos jóvenes nos debe hacer reflexionar, individualmente y como sociedad, sobre cómo la hiperconexión y la intoxicación digital les condena a la soledad. Sobre cómo una simple forma de comunicación interpersonal está devastando el contacto directo. Sobre cómo el silencio deja de ser placer y se convierte en incomodidad.
El psiquiatra Paco Barón, al día siguiente de caer la app, no dudó en poner la etiqueta “enfermedad social”. No sé si es una enfermedad social pero sí un espinoso problema entre algunos jóvenes y ya no tan jóvenes. Por ello, en mis sesiones de coaching, les ayudo a crear conciencia de su declive personal y de su vacío, a darse cuenta de su aspecto limitador, y a potenciar una vida social activa y plena. Les enseño a utilizar WhatsApp solo en momentos necesarios y a situarlo en segundo plano cuando están estudiando, trabajando, haciendo deporte, leyendo, viendo una película o disfrutando con amigos.
A esta fórmula, le sumo el mindfulness –ya os hablé de él – para ayudarles a focalizarse en el aquí y ahora y, en definitiva, en la tarea que deben desarrollar. El resultado es muy rápido al ver que pueden rentabilizar mejor su tiempo con una mejor calidad de concentración y tener unos resultados óptimos.
Es un fenómeno social silencioso sobre el cual debemos actuar como padres, madres, tíos o tías, abuelos o abuelas, maestros o maestras, como amigos o amigas, o como profesionales. ¿Lo habéis vivido alguna vez? ¿Os sentís identificados? Me encantará escucharos y ayudaros a ponerle freno.
Por cierto, El PERIÓDICO acaba de publicar un Manual para padres de adolescentes en redes sociales. No os lo perdáis!
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